José Martí nos enseña que quien resiste con perseverancia acaba trinfando

TRES HEROES - José Martí

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.




Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.



miércoles, 23 de marzo de 2011

En España, el riesgo de Apocalipsis no está en las centrales nucleares sino en los metaneros y en las terminales de gas líquido

Suscribo completamente esta frase que no es mía, sino del profesor Roberto Centeno, ingeniero industrial, catedrático de economía en la Escuela de Minas, ex-director general de ENAGAS y ex-consejero-delegado de CAMPSA, tomada de su artículo “Riesgo nuclear, una broma comparada con el gas líquido” publicado el pasado lunes 21 de marzo. Bien es verdad que el profesor Centeno es un defensor irreductible de la energía nuclear y que escribe movido por la intención de minimizar las consecuencias del desastre de la central nuclear de Fukushima, seriamente afectada por el desgraciado terremoto del Japón, argumentando que aunque graves sean los riesgos de la energía nuclear, mayores (al menos en cuanto a su capacidad explosiva) son los del gas natural licuado. No obstante estas razones contra el gas están expuestas con rigor y conocimiento y, aunque no comparto en absoluto su defensa de la energía nuclear, las cito a continuación casi literalmente.

En una central nunca puede darse una explosión nuclear porque el uranio está solo enriquecido de un 3 a un 5% y se necesitaría mas del 90% para dicha explosión (la gran explosión de Chernobil y las pequeñas explosiones de Fukushima no son nucleares, sino químicas por el hidrógeno liberado al descomponerse el vapor de agua a alta temperatura cuando falla el sistema de refrigeración del núcleo del reactor nuclear). En cambio el metano, líquido cuando se le enfría a menos 170 grados centígrados, se transforma en un volumen 600 veces mayor de metano gaseoso cuanto la temperatura sube. El metano en estado gaseoso cuando se mezcla con el aire es un explosivo de gran poder destructivo.
En el accidente de los Alfaques (Tarragona) en 1978 un camión cisterna de 25 toneladas de propileno, un producto tres veces menos explosivo que el metano, explotó arrasando una superficie de 10.000 metros cuadrados y matando 300 personas, 215 de ellas en el acto. Un buque metanero lleva 70.000 toneladas de un líquido el triple de peligroso, cuyo poder destructivo equivale al de 30 bombas nucleares como la de Hiroshima y que, en caso de accidente o atentado terrorista, sería el Apocalipsis, el de verdad. El radio de daños serios podría alcanzar tres kilómetros, pero entre uno y medio y dos la destrucción sería cercana al 100%.

En España, debido a la irresponsabilidad de empresas y autoridades, existen terminales de gas líquido en seis ciudades, Barcelona, Huelva, Cartagena, Bilbao, Sagunto y Ferrol, algo que no ocurre en ningún otro país, donde los terminales están alejados de las poblaciones, a menudo en islas artificiales, y a los metaneros no se les permite acercarse a menos de 10 millas de la costa. Increíblemente, España dispone de la tecnología para ello. Tanto es así que un terminal que ha sido instalado en el Adriático, al sur de Venecia y a 30 km. de la pequeña localidad de Rovigo, ha sido construido en Algeciras y remolcado hasta su emplazamiento cerca de la costa. ¿Cómo es posible que las empresas españolas no instalen los terminales de gas en estas islas artificiales?

Continúa Centeno narrando como parte implicada (cuado era director de ENAGAS a principio de los 70) el proyecto inicial de la regasificadora de Barcelona, en una isla artificial al sur del aeropuerto de Llobregat, ya que se consideraba que los metaneros entrando en Barcelona eran un riesgo inaceptable, pero finalmente una nueva dirección optó por construirla en el interior del puerto.

Un accidente o un atentado terrorista contra un gran metanero entrando en el puerto de Barcelona –los metaneros figuran como objetivo número dos de Al Qaeda después de las unidades separadoras de gas de los campos de petróleo saudíes– podría destruir un tercio de la ciudad en cuestión de segundos. En el caso de Mugardos, en Ferrol, ocurriría algo muy similar. Por otro lado, en España existen hoy más terminales de recepción de gas líquido que en toda Europa junta, y los grandes metaneros pasan y atracan junto a zonas habitadas prácticamente todos los días, algo prohibido en casi todo el mundo.
Las localidades canarias de Granadilla y Arinaga pueden convertirse pronto, de prosperar los planes de los gobiernos central y autonómicos, en otras dos estaciones más de esa geografía macabra, como nos ha recordado Cristóbal García Vera en otro artículo recomendable: “Las regasificadoras canarias: dos bombas de relojería sobre el Archipiélago”, del que me he permitido tomar la fotografía con que ilustro éste.

El argumento económico a favor del gas natural licuado tampoco se sostiene. Era un mal negocio en el año 2006 y lo sigue siendo ahora, como los tristes acontecimientos del norte de Africa confirman.




lunes, 14 de marzo de 2011

Crematística, Economía, Crisis ecológica y Decrecimiento

En el capítulo IV del primer tomo de El Capital, que trata de la transformación del dinero en capital, Marx cita a Aristóteles para ilustrar la diferencia entre la circulación mercantil simple (el dinero que sirve como medio para el intercambio de mercancías según el esquema M-D-M mercancía-dinero-mercancía) y la circulación del dinero como capital (el dinero que se incrementa generando una plusvalía según el esquema D-M-D’ dinero-mercancía-más dinero, donde D’=D+ΔD). La circulación mercantil simple sirve para la satisfacción de necesidades, y tiene límite. La circulación del dinero como capital es un fin en sí misma: crecer indefinidamente.

En dicha cita (capítulos 8 y 9 de De Republica) Aristóteles contrapone economía y crematística. Economía es la obtención de los bienes necesarios para la vida o útiles para la familia o el estado, que constituyen lo que él llama “la verdadera riqueza”, limitada a lo suficiente para una buena vida. Crematística es el arte de hacer dinero, la acumulación de riqueza sin límite.

"para ella (la crematística) la circulación es la fuente de la riqueza y parece girar en torno del dinero, porque el dinero es el principio y el fin de este tipo de intercambio. De ahí que también la riqueza que la crematística trata de alcanzar sea ilimitada. Así como es ilimitado, en su afán, todo arte cuyo objetivo no es considerado como medio sino como fin último --pues siempre procura aproximarse más a ella, mientras que las artes que sólo persiguen medios para un fin no carecen de límites, porque su propio fin se los traza--, tampoco existe para dicha crematística ninguna traba que se oponga a su objetivo, pues su objetivo es el enriquecimiento absoluto. La economía es la que tiene un límite, no la crematística... La primera tiene por objeto algo que difiere del dinero mismo, la otra persigue el aumento de éste... La confusión entre ambas formas, que se sobreponen recíprocamente, induce a algunos a considerar que el objetivo último de la economía es la conservación y aumento del dinero hasta el infinito".
La teoría del valor considera que lo que aporta valor a una mercancía es el trabajo humano socialmente necesario contenido en ella. Marx no inventó la teoría del valor; la tomó de la economía política clásica inglesa. Para sus autores Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill la teoría del valor era la ley económica fundamental del capitalismo, un sistema perfecto e inmutable; Marx señaló las contradicciones inherentes a su naturaleza crematística, a su necesidad de crecer sin límite, lo que lo llevaba a sufrir inevitable y periódicamente crisis económicas cada vez peores y más profundas por tener que producir mercancías en cada vez mayor cantidad para compensar que la tasa de plusvalía sea cada vez menor, y por otra parte que los trabajadores (supuestos consumidores de esas mercancías) cada vez ganen menos.

En la época de Marx aún no se había puesto de manifiesto que los recursos naturales son limitados. Según la teoría del valor el valor de cambio de las materias primas es el trabajo humano necesario para buscarlas y extraerlas, y a lo sumo la naturaleza aporta un residuo. Así en el capítulo XXII del Capital, sobre la conversión de la plusvalía en capital:


En la industria extractiva, en las minas por ejemplo, la materia prima no forma parte integrante del capital desembolsado. Aquí, el objeto trabajado no es producto de un trabajo anterior, sino regalo de la naturaleza. Es lo que acontece con el cobre en bruto, los minerales, el carbón de hulla, la piedra, etc. En estas explotaciones, el capital constante se invierte casi exclusivamente en medios de trabajo, que pueden tolerar muy bien una cantidad de trabajo suplementario (v. gr., mediante un turno diario y otro nocturno de obreros). En igualdad de circunstancias, la masa y el valor del producto aumentan en relación directa al volumen del trabajo empleado. Los creadores primitivos del producto y, por tanto, los creadores de los elementos materiales del capital, el hombre y la naturaleza, aparecen unidos aquí como en los primeros días de la producción. Gracias a la elasticidad de la fuerza de trabajo, la esfera de la acumulación se ha dilatado sin necesidad de aumentar previamente el capital constante. En la agricultura, no cabe ampliar el área cultivada sin desembolsar nuevo capital para simiente y abonos. Pero, una vez hecho este desembolso, hasta el cultivo puramente mecánico de la tierra ejerce un efecto milagroso sobre el volumen del producto. Al aumentar la cantidad de trabajo suministrada por el mismo número de obreros, aumenta la fertilidad del suelo, sin necesidad de realizar nuevas inversiones en medios de trabajo. Aquí, aparece también como fuente inmediata de nueva acumulación la acción directa del hombre sobre la naturaleza, sin que se interponga para nada un nuevo capital.

En cambio si los recursos naturales son escasos, no nos basta sólo con el trabajo humano empleado en extraerlos. Nunca podemos emplear más recursos naturales en la extracción de recursos naturales de los que vamos a obtener, ni los podemos suplir a base de trabajo humano. La tasa de rendimiento energético (relación entre energía invertida y energía obtenida) en un yacimiento de petróleo, o en una mina de carbón o de uranio, o en una plantación de agrocombustibles, nunca puede disminuir tanto que se acerque a uno (o mejor será cerrar ese negocio).

De haber tenido entonces los datos suficientes, ciertamente que Marx hubiera señalado la crisis ecológica, los límites al crecimiento, como la contradicción máxima del capitalismo. Crisis que impide al sistema reproducirse mediante un nuevo ciclo de acumulación. Crisis que obliga a la humanidad a abandonar la crematística y a adoptar la economía (en el sentido aristotélico del término) como programa. No otra cosa es el decrecimiento.








lunes, 7 de marzo de 2011

La izquierda dividida ante la situación en Libia

A propósito de los acontecimientos en Libia la izquierda se ha dividido entre quienes defienden a Gaddafí porque es un aliado contra el imperialismo y quienes lo condenan porque no es más que un déspota, polémica que recuerda la que hubo desde los años 30 entre los estalinistas que defendían el socialismo en un sólo país y los trotskistas que defendían la revolución permanente.

El régimen de Stalin era el único socialismo realmente existente, y quien no lo apoyara no era un verdadero socialista sino un sospechoso “intelectual”. Los movimientos revolucionarios en todo el mundo se vieron condicionados en función de los intereses del estado soviético, si la tiranía de turno era su aliado o si nó. La postura de algunos gaddafistas (ahora se lo llama campismo) no difiere demasiado:

Libia es, por eso mismo, un buen parámetro ideológico para diferenciar a quienes son de izquierda por ser revolucionarios como una opción de vida, y quienes son de izquierda como alguien podría preferir las novelas de espionaje a las de ciencia-ficción, lo cual no es condenable, por supuesto; pero sirve para saber quién es quién y hasta qué consecuencias es capaz de llegar en la defensa de las ideas revolucionarias; y sobre todo, qué autoridad moral tiene para hablar de revolución.
Los Gaddafistas dicen que no pueden creerse las noticias sobre tiroteos y bombardeos contra manifestantes pacíficos. Cierto que hay desinformación sobre lo que pasó en Libia, pero principalmente por culpa de Gaddafí, que cerró internet , las redes sociales e incluso el teléfono.


Al Imperio no le gustó nada la caida de Mubarak ni la de Ben Alí, ni mucho menos le gustará la caída de las monarquías de Marruecos o de Arabia Saudí, cuando lleguen. La revuelta en Libia (admito que para poder llamarla revolución todavía le faltan organización y objetivos claros) sigue el mismo impulso que las de los otros estados árabes y obedece a las mismas condiciones objetivas: la pobreza (o la riqueza mal repartida) y el despotismo. Todas estas revueltas, incluso la de Libia, han pillado desprevenido al imperio, lo que no es obstáculo para que ahora intente minimizar los daños.

Gaddafí produce 1,7 millones de barriles de petróleo al día. Es de los que en la OPEP mantiene la posición de ajustarse estrictamente a las cuotas de producción para que no baje el precio, y podría apoyar que dejara de emplearse el dólar como referencia en el mercado petrolero. Era un aliado ideal para el presidente Chávez…hasta que la revuelta de los pueblos árabes pasó por su país.

Alma Allende y Santiago Alba, en un lúcido análisis, animan a que la izquierda latinoamericana deje de apoyar a Gaddafi. De lo contrario las consecuencias serían “romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y "represtigiar" el muy dañado discurso democrático imperialista”.

En otro artículo previenen contra el miedo a las conspiraciones del imperio que impide que tengamos confianza en los pueblos:

Ojalá el pueblo libio acabe con el régimen de Gadafi antes de que la intervención de los EEUU nos obligue a defender al criminal para defender a ese pueblo que se ha alzado contra él y que no aceptará ninguna intervención extranjera que le prive de su derecho a derrocarlo.
Quien atribuye la revuelta en Libia a los manejos del imperialismo en alianza con el islamismo es que no tiene confianza en los pueblos. Coincide en su análisis con la ultraderecha usamericana, que también le echan la culpa a Al-Qaeda porque tampoco conciben que el pueblo sea capaz de levantarse.

El presidente Chávez, en un gesto que le honra como persona pero no como político, dice que Gaddafí es su amigo y que sería cobarde dejar de defender a un amigo. Ciertamente a nuestros amigos se les debe de defender hasta el final, es feo traicionar a los amigos, antes hay que dar crédito a nuestros amigos que a quienes hablan mal de ellos. Pero también es un error que nuestras relaciones personales interfieran en los asuntos públicos, tanto para el funcionario más humilde como para el jefe del estado. Además el presidente Chávez no se debe sólo a la razón de estado: también tiene una responsabilidad revolucionaria con los pueblos del mundo. No hubiera promovido entonces la V Internacional (reconociendo implícitamente a la IV Internacional de los partidarios de Trotsky). El tsunami de revueltas que recorre el mundo árabe puede compararse al Caracazo del 27 de febrero de 1989. Quien defiende a Gaddafí creyéndolo revolucionario está en realidad haciéndole el juego a un Carlos Andres Pérez.