José Martí nos enseña que quien resiste con perseverancia acaba trinfando

TRES HEROES - José Martí

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.




Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.



martes, 1 de mayo de 2012

Permacultura, o la agricultura antes de la expulsión del paraíso.



“Maldita sea la tierra por tu causa: con grandes fatigas la habrás de labrar todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás las hierbas del campo. Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado, pues  polvo eres y en polvo te convertirás”

Génesis III, 17-19

La tradición cristiana considera el trabajo físico, simbolizado en la labranza de la tierra, como una maldición divina. Adán y Eva vivían en un jardín maravilloso cuyos frutos comían sin trabajo; tras su caída tienen que ganarse “el pan con el sudor de tu frente”.

No muy distinta es  la visión occidental de la agricultura, expuesta por Rousseau, visión que debe mucho al mito griego de la edad de oro. El buen salvaje pierde su inocencia cuando deja de ser cazador-recolector en el bosque comunal y se ve obligado a trabajar en la agricultura en una tierra que forzosamente acaba siendo propiedad privada.

Mientras los hombres se conformaron con sus rústicas chozas, mientras se contentaron con coser sus vestimentas de piel con espinas o con raspas, con adornarse con plumas o con conchas, con pintarse el cuerpo de diversos colores, con perfeccionar o adornar sus arcos o sus flechas, con labrar con unas piedras cortantes una canoa de pescadores o algunos groseros instrumentos de música; en una palabra, mientras sólo se aplicaron a realizar unos trabajos que un solo individuo podía hacer y a unas artes que no necesitaban el concurso de varias manos, vivieron libres, sanos, buenos y felices en la medida en que podían serlo por su naturaleza y continuaron disfrutando entre ellos de las amenidades de una relaciones independientes. Pero tan pronto como un hombre necesitó de la ayuda de otro, tan pronto como se dieron cuenta que era ventajoso que uno solo tuviera provisiones para dos, la igualdad desapareció, se instauró la propiedad, el trabajo se volvió necesario y las extensas selvas se transformaron en unas campiñas sonrientes que que hubo que regar con el sudor de los hombres y a través d elas cuales pronto se vio germinar la esclavitud y la miseria que se incrementaban con las cosechas.”

Así describe Rousseau el nacimiento de la agricultura en la segunda parte de su “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”, que comienza con el célebre:

“El primer individuo al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir “Esto es mío” y encontró gentes lo bastante simples como para hacerle caso, fue el verdadero fundador de la Sociedad Civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores  no le hubiera ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas  o segando el foso, hubiera gritado a sus semejantes: “Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que las frutas a todos pertenecen y que la tierra no es de nadie.”

No obstante, según lo que hemos llegado a saber sobre los orígenes de la agricultura, al principio no fue así. La escuela de la Evolución Cultural demuestra, mediante la arqueología y el estudio de poblaciones actuales, que la alimentación del cazador-recolector es rica y variada y que para obtenerla normalmente son precisas apenas unas pocos horas al día. La agricultura nació sola, sin que fuera impuesta como castigo. El cazador-recolector modificaba su medio con sus especies vegetales sin darse cuenta. Al recolectar frutos y semillas seleccionaba sin proponérselo plantas con frutos grandes o semilla indehiscente; al consumirlos en sus campamentos favorecía la proliferación de plantas de crecimiento rápido, cuya semilla germinara fácilmente en el terreno alterado y enriquecido en nutrientes de sus basureros y letrinas. Nunca se conoció pueblo tan primitivo que desconociera el significado de las semillas ni su relación con las plantas. Todos los recolectores conocen, con la minuciosidad de un botánico, cientos  de especies de plantas. Los pueblos recolectores ocasionalmente siembran, o podan, o riegan, o fertilizan, o aclarean, o eliminan las plantas molestas y favorecen las útiles. Ninguna de estas acciones por sí sola es agricultura, pero el conjunto sí lo es. Sólo la presión demográfica fue forzando al hombre a producir cada vez más a costa de más y más trabajo, pero antes de que el equilibrio se rompiera y fuera el hombre primitivo expulsado de su paraíso, la primera agricultura que practicó tuvo que ser muy parecida a lo que se entiende como permacultura, el sistema agrario que es intensivo en información, pero no en trabajo ni en tecnología.



La agricultura surgió en regiones tropicales o subtropicales, donde se trabajaba la tierra con un palo, porque el laboreo excesivo destruye fácilmente la estructura del suelo tropical. No pudo extenderse a zonas templadas (como observa Ana Primavesi en el capítulo VII de su “Manejo ecológico del suelo”) más que cuando se inventó el arado y pudo voltearse la tierra y exponer al calor y a la aireación la parte más profunda. No es casualidad que Rousseau asocie (erróneamente) el nacimiento de la agricultura con el inicio de la metalurgia, pues su mentalidad eurocéntrica no concebía que se pudiera cultivar el suelo más que con aperos de metal.

Las malas hierbas son un resultado de la selección humana, igual que las plantas cultivadas. Las malas hierbas son los oportunistas que se han adaptado a germinar y a crecer rápido tras un laboreo. Muchas plantas cultivadas inicialmente fueron malas hierbas, como por ejemplo el centeno y la avena, malas hierbas del trigo y la cebada en Oriente Medio, que pasaron a ser cultivos principales cuando el cultivo de cereales se extendió a Europa Central. Cuanto más se are un terreno, seguramente para limpiarlo de malas hierbas, más malas hierbas saldrán.
El suelo de los bosques tropicales mantiene una vegetación exuberante porque está cubierto por una gruesa capa de mantillo de hojarasca y restos vegetales, desapareciendo su fertilidad rápidamente con el arado. El mulching y/o el compostaje en superficie con que se tapizan las parcelas permaculturales imitan al suelo del bosque tropical.
En los bosques donde la recolección silvestre se convirtió imperceptiblemente en agricultura, reina la biodiversidad. La asociación estrecha de árboles, arbustos y herbáceas, comestibles y no comestibles (pero útiles) crea un ecosistema estable donde ningún insecto llega a convertirse en plaga, ni ningún microrganismo llega a provocar enfermedades en las plantas de forma masiva. Es en los monocultivos donde hay que trabajar duramente para sacar adelante la cosecha.

En la permacultura los cultivos se siembran solos. Se dejan semillar algunas de las plantas de los cultivos para que siempre estén “saliendo de risa”, como llamamos los canarios al producto que se obtiene sin haberlo sembrado deliberadamente, sean papas o hijos.

Reconozco que cuanto más se alejen las condiciones de las tropicales, más difícil será hacer permacultura, y más trabajo será necesario introducir en el sistema. En mi huerta situada en el caluroso y seco sur de Tenerife he de regar por goteo, lo que me impide hacer compostaje en superficie, y me obliga a aportar el compost o el estiércol en surcos bajo cada tubería de riego, o a aporcar tierra encima si lo he dopositado en superficie. Es el máximo trabajo que pienso hacer en mi versión local del paraíso.