José Martí nos enseña que quien resiste con perseverancia acaba trinfando

TRES HEROES - José Martí

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.




Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.



sábado, 16 de agosto de 2014

El Estado Aconfesional y los Pendones

Tened cuidado con los maestros de la Ley, que gustan de pasearse lujosamente vestidos y de ser saludados por la calle. Buscan los puestos de honor en las sinagogas y Ios primeros lugares en los banquetes. Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

Jesucristo. Evangelio de San Marcos 12, 38-40

Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.

Artículo 16.3 de la Constitución Española actualmente en vigor



Ninguna religión tiene en España carácter oficial, independientemente de la cantidad de personas que la practiquen. Cada ciudadano de este país puede tener, o dejar de tener, la religión que mejor le parezca, y cada religión puede hacer uso de los espacios públicos para sus cultos y celebraciones, pero la participación con carácter oficial de autoridades y símbolos del Estado en cultos y celebraciones de alguna religión es un anacronismo que no se mantiene más que por la forma populista que todavía tienen algunos de entender al Estado,  a la religión y a la participación pública. En otra época en que Iglesia y Estado no estaban aún separados podía tener sentido, pero no en la época actual.



Los presidentes del gobierno, parlamento o cabildo, alcaldes y concejales, y demás autoridades civiles y militares, pueden ser muy devotos de la Virgen de Candelaria y tienen perfecto derecho a participar en la procesión que se celebra el 15 de agosto, pero es bastante chabacano que, en lugar de hacerlo como simples ciudadanos mezclados con el público, hagan ostentación de esa participación ocupando los puestos de honor con acompañamiento de pendón, banderas, tropas y escolta en traje de gala. Toda esa fanfarria realza la pompa y solemnidad del acto, contribuye al lucimiento de las autoridades que lo protagonizan, pero es completamente incongruente con su naturaleza supuestamente religiosa, no solo desde el punto de vista aconfesional sino incluso desde el cristiano, como pone de manifiesto la cita del evangelio con que comienza este artículo.




Repito que cada religión tiene derecho a hacer uso de los espacios públicos para sus cultos y celebraciones. Si tanto fervor suscita la Virgen de Candelaria en el pueblo, es el pueblo quien directamente debe organizar los actos en su honor. La ceremonia en la que se recrea el hallazgo de la Virgen de Candelaria por los guanches, que se celebra la víspera del día festivo, donde no hay ni pendones ni tropas ni demás fanfarria, seguida de una procesión donde quienes llevan a la imagen son los guanches, y donde el protagonismo de las autoridades es mínimo (aunque podría suprimirse del todo), es lo más auténtico que queda de la fiesta, y así es como deberían ser los demás actos de la fiesta de la Virgen de Candelaria. No es casualidad que a finales del siglo XVI fuera motivo de pleitos, que acabaron ganando los naturales, debidos al afán de las autoridades de la época por apropiarse del acto.